Al galopar mis recuerdos
voy rastreando aquellos días,
de polvareda y sequías
por el Oeste pampeano,
y esas tardes de verano
cuando en mi rancho vivía.
Después de sestiar una rato
porque los días son largos,
mientras volaban chimangos
alguna soga sobaba,
esperando la yeguada
mientras tomaba una amargo.
El silencio que invitaba
silbar a las martinetas,
el ruidos de las aletas
unquejido del molino,
en la playa un remolino
y el volar de tijeretas,
En la silla de totora
me ataba las ataderas,
el cuchillo y tabaquera
mientras al patio regado,
lo dejaba bien rayado
el rastro de las espuelas.
Ya era hora de ensillar
la tarde ya olía a poco,
y creo no me equivoco
están cierto lo que narro,
mientras armaba un cigarro
y se bañaban los chocos.
Al viento al trote salia
por una huella pesada,
y los perros retozaban
era tan lindo y les juro,
no había mas aire puro
que el que en mi pecho pegaba.
Iba mirando los rastros
bordeando los cañadones,
huellas de los charabones
había en los solupales,
y en el mar de jarillales
cuevitas de vizcachones.
De tanto mirar distancias
bajo de un poncho celeste,
y aquel aroma silvestre
que los tornillos impregnan,
me iba tirando las riendas
el mancarron del Oeste.
Ahora que estoy tan lejos
sigo extrañando a ese suelo,
con mi guitarra de cuero
que se hace canto de luna
penando por la llanura
Mi corazón de Puestero.
Alpataco.